El término "Clásico" hoy en día no tiene el significado que tenía en latín. Hoy clásico, aplicado al arte o la estética, significa que mantiene una serie de normas establecidas en su ejecución, unas normas que la tradición ha marcado.
Sin embargo, La palabra en sí significa "relativo a la Clase". Clase en la acepción de clase social, de casta. Una clase superior respecto de una inferior; o sea, lo que debe tomarse como modelo por ser de calidad superior, digno de ser imitado. Algo clásico, etimológicamente hablando, es algo que aspira a ser algo más de lo que es, a superarse, que necesita estar por encima del vulgo, de donde viene la palabra vulgaridad. Pero no hablamos de riqueza, de aristocracia. No es una cuestión de "lucha de clases" Una obra clásica, una persona clásica, significa que tiene "clase".
A este respecto, he encontrado un artículo que trata precisamente de lo que es tener clase. Ser clásico:
Tener Clase
No depende de la posición social, ni de la educación recibida en un colegio elitista, ni del éxito que se haya alcanzado en la vida. Tener clase es un don enigmático que la naturaleza otorga a ciertas personas sin que en ello intervenga su inteligencia, el dinero ni la edad.
Se trata de una secreta seducción que emiten algunos individuos a través de su forma natural de ser y de estar, sin que puedan hacer nada por evitarlo. Este don pegado a la piel es mucho más fascinante que el propio talento. Aunque tener clase no desdeña la nobleza física como un regalo añadido, su atractivo principal se deriva de la belleza moral, que desde el interior del individuo determina cada uno de sus actos.
La sociedad está llena de este tipo de seres privilegiados. Tanto si es un campesino analfabeto o un artista famoso, carpintero o científico eminente, fontanero, funcionaria, profesora, arqueóloga, albañil rumano o cargador senegalés, a todos les une una característica: son muy buenos en su oficio y cumplen con su deber por ser su deber, sin darle más importancia.
Luego, en la distancia corta, los descubres por su aura estética propia, que se expresa en el modo de mirar, de hablar, de guardar silencio, de caminar, de estar sentados, de sonreír, de permanecer siempre en un discreto segundo plano, sin rehuir nunca la ayuda a los demás ni la entrega a cualquier causa noble, alejados siempre de las formas agresivas, como si la educación se la hubiera proporcionado el aire que respiran. Y encima les sienta bien la ropa, con la elegancia que ya se lleva en los huesos desde que se nace.
Este país nuestro sufre hoy una avalancha de vulgaridad insoportable. Las cámaras y los micrófonos están al servicio de cualquier mono patán que busque, a como dé lugar, sus cinco minutos de gloria, a cambio de humillar a toda la sociedad.
Pero en medio de la chabacanería y mal gusto reinante también existe gente con clase, ciudadanos resistentes, atrincherados en su propio baluarte, que aspiran a no perder la dignidad. Los encontrarás en cualquier parte, en las capas altas o bajas, en la derecha y en la izquierda.
Con ese toque de distinción, que emana de sus cuerpos, son ellos los que purifican el caldo gordo de la calle y te permiten vivir sin ser totalmente humillado.
Manuel Vicent para El País
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