Uno de los pecados capitales de la arquitectura contemporánea es permitir cualquier licencia decorativa. La escultura y la pintura monumental han sido erradicadas como la peste. Quizá, sólo quizá, se le permite el paso a la vidriera y azulejo, pero sólo si prometen estar de paso y ser tan insustanciales (o más) que el propio edificio que les albergará.
Pero al igual que los ríos a los que han desviado el cauce, la naturaleza siempre vuelve a su curso, inundando de nuevo lo que por derecho le correspondía.
Sevilla es buen ejemplo. Edificios sin valores estéticos están viendo cómo sus secos muros están siendo revalorizados gracias a la pintura mural.
Decía el arquitecto Rafael Manzano que no hay edificio tan malo que no pueda ser salvado gracias a una planta trepadora.
Y yo añado: O un buen grafitero.
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