Aunque pueda resultar extraño, no lo es si se analiza bien: El arte clásico en plena (pos)modernidad ha encontrado su refugio en un lenguaje propio de los nuestros días: La fotografía. Y para ser más exactos, la fotografía de moda.
Bien es cierto que la fotografía, que plasma en un instante una imagen de nuestro tiempo, es una herramienta perfecta para ilustrar todo el movimiento posmoderno, irónico, provocador, trasgresor, superficial (Nadie mejor para plasmar nuestra filosofía que Terry Richardson o Mario Testino) pero una serie de artistas han tomado el testigo de la sensibilidad clásica.
Entendamos el arte como el uso de un repertorio formal para provocar una evocación. En ese caso, todo los elementos formales están al servicio de lo que se quiera evocar y lo que diferencia un estilo de otro, una cultura artística de otra está en qué se quiere evocar, en cómo y por qué. Al final, un cuadro no es clásico por plasmar un dios romano, ni un edificio es clásico por tener columnas y frontones. Serán clásicos si consiguen evocar la sensación anímica que prodoce el arte clásico.
Y la intención de Peter Lindbergh lo es, inequívocamente. Si analizamos formalmente la fotografía que presenta la entrada, encontramos las siguientes características:
- La figura se perfila con contornos nítidos bien distingidos del fondo. Hay, incluso, una intención dibujística en el uso de la luz.
- Encuadre centrado.
- Composición cerrada.
- Espacio construido por medio de dos planos: Figura y fondo. Ausencia de contrastes.
En un plano de la evocación encontramos estos elementos:
- Escena idealizada. Depuración de toda vulgaridad.
- Búsqueda de la belleza.
- Composición elegante.
- Serenidad. Todo el movimiento queda contenido.
Todos ellos son elementos clásicos. Tanto en forma como en contenido porque lo clásico es una sensibilidad ajena al tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario