Hace unos días, en casa de un amigo, vi una foto de la casa de la música de Oporto. No recordaba de qué edificio se trataba y reubicándolo en la memoria, pensé que a primera vista podría pasar por una biblioteca, un ayuntamiento, un ambulatorio, un centro comercial... cualquier cosa. Pero no, es un templo cultural.
Eso me hizo reflexionar sobre una frase atribuía a Cristobal Balenciaga al preguntarle por su retiro: En Mayo de 1968, murió la mujer para la que yo trabajaba. Se referia a la democratización mal entendida, a la igualdad entre todas las personas, pero igualadas por la base. El culto arrastrado por el ignorante, no al contrario, el bello arrastrado por el feo, el bondadoso por el pérfido. La vuelta a la caverna de Platón. Para el filósofo, aquellos que habían divisado el mundo de las ideas, debían llevar hacia ellas a quienes aún vivian en la sombra. Esa es la democratización bien entendida. Todos hacia la luz. Era su obligación. Pero en el arte se ha perdido la majestad. Un sucedáneo de revolución francesa que ha acabado con la sensibilidad aristocrática del arte.
Esto nos lleva a levantar un palacio de la ópera que parezca un garaje en vez de querer que los garajes parezcan palacios de ópera.
No es una cuestión de estilos. Es una cuestión de intenciones. Rechazar hacer una obra de arte para que el pueblo llano se sienta de la nobleza, sino para que las nobleza se confunda con el vulgo.
La mujer elegante, con porte, con majestad para la que diseñaba Balenciaga desapareció en 1968, en una revolución que trajo al mundo a otra mujer dinámica, guerrera... popular. Para esa mujer se levantan edificios populares. La mujer del 68 no quiere sentirse una princesa. Quiere que la princesa se sienta como ella. Balenciaga, el mayestático, decidió retirarse.
Cuando el mundo le necesitaba más que nunca.
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