La originalidad como valor es algo extremadamente nuevo. Novísimo.
Podemos pensar que durante toda la historia, los artistas han sido valorados por su originalidad, pero sorprende descubrir que ciertamente eso no es así. La originalidad como elemento que hace mejor una obra de arte apareció a principios del siglo XX, con la aparición de las vanguardias. Por ese cambio de mentalidad, los impresionistas se vieron repentinamente valorados. Lástima que apenas quedaba Manet vivo por aquel entonces para poder disfrutar del éxito (y el dinero).
También sorprende el caso de Velazquez.
Velázquez hasta el siglo XX estuvo considerado un gran pintor. A partir de 1900, fue catalogado como genio. ¿Era mejor Velázquez y nadie se había dado cuenta hasta la llegada de las vanguardias? No exactamente. Velázquez superó las barreras del Caravaggismo, acercándose en ocasiones a lo que sería el arte impresionista. Esa característica, durante el siglo XVIII y XIX no fue más que eso, una característica que no le hacía mejor que Murillo. Pero esa característica hoy hace que lo veamos de otra manera.
Velázquez: Villa Médici Se supone que el valor de la originalidad ya se ha perdido. En teoría, el arte de hoy en día considera que la innovación es algo imposible, que no se puede inventar nada y que, en ese aspecto, la modernidad se equivocaba.
Digo en teoría, porque eso puede ser cierto a nivel de la comunidad artística e intelectual, pero eso que llaman ciudadano de a pie sigue valorando la originalidad en el arte.
Coincido con las presuntas élites intelectuales con eso de que la originalidad no es forzosamente un valor artístico. Lo que no termina de convencerme es la razón que esgrimen. No es cierto que no haya nada que inventar, que ya esté todo creado. Seguro que algo queda. No comparto esa visión desencantada.
Lo que yo creo es que la innovación presupone en el espectador el conocimiento de la obra precedente de la que teóricamente se separa. Eso no siempre va a ser ni cierto ni posible. El espectador no tiene por qué saber de todo.
El espectador puede ver una obra y encontrar sus valores artísticos, y si es o no original, no es algo que siempre podrá valorar. Ni tampoco tiene por qué. La Villa Medici de Velázquez se percibe como un buen cuadro. Nadie tiene por qué saber que el arte de su época no era tan luminoso, que nadie había pintado el aire libre o que nadie había osado a usar esas pinceladas sueltas. Eso es lo de menos porque nadie necesita saberlo para ver que es una gran pintura. Simplemente porque está bien pintada. ya está. Sólo hace falta eso.
Lo que siempre valorará será la excelencia. Al espectador le da igual si el dichoso "Blanco sobre blanco" de Malevich rompe con las reglas establecidas de la pintura precedente porque no tiene por qué saber cuáles son esas reglas. Lo que valorará es si está bien pintado. Verá una composición equilibrada... y (muy) poco más.
Malevich: Blanco sobre Blanco
Y este es el error del panorama del arte actual. Olvidarse del espectador. Lo que valora quien vea la obra de arte siempre será lo mismo: Si está bien hecho o no. Si está bien pintada, si los colores son buenos, si el dibujo es adecuado... Y eso es siempre así.
La buena obra de arte siempre será bien valorada, porque sus valores son exclusivamente los que el espectador siempre sabrá valorar: la excelencia.